Con uñas y dientes
Hace unos días, abocada irremediablemente al cumplimiento de un deber, contraido semivoluntariamente, y del que no tenía modo alguno, moralmente aceptable, de desembarazarme, acudió a mi rescate, en tiempo de descuento ya, de manera sorprendente, y por supuesto involuntaria, mi propio cuerpo, dándome una excusa a la que me aferré con todo lo que tenía.
Y no pude evitar acordarme de aquella mañana, muchos años atrás, en la que literalmente hundida e incapaz de respirar, se me apareció de la nada el fornido brazo del monitor de natación y seguido de éste, su cuello, al que me agarré, aún no sé como, impidiéndole que me soltara hasta que ambos, él por su propio pie y yo convertida ya en otra extremidad, nos alejamos lo suficiente de la piscina.
Instinto de supervivencia en ambos casos, si; justificable por la situación y la edad en el segundo (primero en el tiempo), y un acto de miserable cobardía en el primero.
Voy, obviamente, a peor.
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