Segunda B
A veces tengo la impresión de salir a jugar con el segundo equipo, el filial.
Más torpe, menos preparado, más irracional y mucho (mucho mucho) más ansioso.
Y hasta los goles, cantados antes de tiempo por la grada, se convierten en pifia monumental cuando el delantero de turno tropieza con su propia sombra y se come el balón antes de darse el costalazo del siglo contra un poste.
Y así no se puede.
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